EL IMPERIO CAROLINGIO

LA ORGANIZACIÓN DEL IMPERIO
Carlomagno emprendió una política de
expansión para restaurar la unidad del antiguo Imperio romano sobre la base del
cristianismo y la herencia cultural germánica. En Aquisgrán, la capital
imperial, Carlomagno estableció su residencia y construyó su palacio. Asimismo,
dividió su imperio en provincias, llamadas condados porque estaban gobernadas
por un conde. En las fronteras creó las
marcas, territorios que contaban con un ejército al mando de un marqués y con una
función defensiva.
Carlomagno promovió un renacimiento cultural que
se desarrolló principalmente desde los monasterios, los cuales llegaron a
formar importantes bibliotecas. Además,
estableció una escuela en su palacio.
Luego de la muerte de Carlomagno en el año
814, Ludovico Pío –su hijo y sucesor– sostuvo violentos conflictos contra una
nobleza cada vez más poderosa.Tras su muerte, sus tres hijos firmaron el
Tratado de Verdún (843), en el que acordaron repartirse el imperio de la
siguiente manera: a Lotario le correspondió Lotaringia, Carlos el Calvo recibió
Francia occidental, y Luis el Germánico, Francia oriental o Germania. El
Imperio carolingio se desintegró rápidamente debido a las luchas internas y a
la ola de invasiones que asolaron Europa durante los siglos IX y X por parte de
pueblos como los sarracenos, los húngaros o los vikingos.
EL SACRO IMPERIO ROMANO GERMÁNICO
Hacia el año 1000, tras la división del
Imperio carolingio, surgieron los dos Estados europeos más importantes: el
Sacro Imperio Romano Germánico y el reino de Francia. En el año 936, Otón I, hijo de
Enrique el Pajarero, rey de Sajonia, ascendió al trono del imperio. Al igual
que Carlomagno, Otón I aspiraba a reconstruir el antiguo Imperio romano. Para
eso, debía consolidar primero su autoridad real, por lo que intentó poner bajo
su dominio a los nobles, a quienes convirtió en funcionarios leales a la
monarquía. Pese a ello, no logró su objetivo por el poder y la actitud rebelde
de los grandes nobles. Otón decidió entonces buscar el apoyo de la poderosa jerarquía
eclesiástica, por lo que salió en defensa de los obispos, que mantenían
constantes luchas contra la nobleza por la posesión de tierras. Otón, además de
prestarles ayuda militar y económica, les otorgó más tierras. A cambio, la
Iglesia se comprometió a ayudarlo a administrar el reino y el ejército. De esta
manera, los obispos se convirtieron en funcionarios del Estado. Otón también
aseguró las fronteras del imperio frenando las incursiones de los húngaros,
normandos y eslavos. Asimismo, acudió al llamado del papa Juan XII, amenazado
por el rey italiano Berengario II. Al frente de un gran ejército, Otón cruzó
los Alpes, mientras Berengario huía, y se nombró rey de Italia. El año 962, el
papa lo coronó emperador. Aunque reconoció el poder del papa, Otón se adjudicó
el derecho de nombrar al sumo pontífice y de intervenir en la elección de los
obispos. Ese fue el inicio de una larga alianza entre el papa y los
emperadores.
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