EL ANTIGUO RÉGIMEN
Mientras en Europa predominaba el absolutismo, en Asia
florecían enormes imperios
Luego de conquistar Constantinopla, el Imperio otomano logró
un notable auge. Entre los siglos XVI y XVII los otomanos llegaron a dominar la
península balcánica, Oriente Medio y el norte de África. Durante el gobierno de
Solimán II el Magnífico (1520-1566), el imperio alcanzó su apogeo y amenazó a
los Estados cristianos europeos. Ante el peligro que representaba, se formó la
Liga Santa (España, Venecia, los Estados Pontificios y otros Estados europeos).
Esta alianza derrotó a la flota otomana en la batalla de Lepanto (1571), con lo
que se detuvo su avance. Posteriormente, el Imperio otomano entró en una fase
de decadencia por una sucesión de sultanes incapaces dominados por sus visires
(ministros) y sus esposas. En el siglo XVII, los otomanos volvieron a amenazar
Europa, e incluso llegaron a sitiar Viena en 1683. Sin embargo, desde entonces,
poco a poco cedieron territorios ante el empuje de los imperios austriaco y
ruso.
La
India del Gran Mogol
En 1526, el príncipe mogol Babur, descendiente del conquistador
mongol Tamerlán, invadió el norte de la India y fundó las bases de un nuevo
gran Estado musulmán: el Imperio del Gran Mogol. Luego de un periodo de luchas
contra la resistencia hinduista, Akbar, monarca mogol entre 1556 y 1605, logró
conquistar gran parte de la península indostánica. Este emperador consolidó su
poder delegando altos cargos a los rajputs, la élite hinduista nativa, y
desarrollando una política de tolerancia, de estímulo de las artes y de
equilibrio interno y externo. En el siglo XVII, el último gran monarca mogol,
Aurangzeb –quien gobernó entre 1658 y 1707–, impuso una política más represiva
contra la población hinduista, lo que ocasionó constantes rebeliones que, luego
de su muerte, minaron la fortaleza del imperio. Mientras tanto, las potencias
europeas ya habían empezado a ocupar algunas zonas de ese imperio. En el siglo
XVII, los enclaves portugueses fueron sometidos poco a poco por la Compañía de
las Indias Orientales, fundada en 1600, que puso las bases de la dominación
británica sobre la India. Así, los ingleses lograron imponer su hegemonía pese
a la competencia de holandeses y franceses. La intervención británica y el
fortalecimiento de la Confederación Maratha, dirigida por príncipes hinduistas,
debilitaron el Estado mogol
La
China imperial
Entre los siglos XVI y XVIII, China estuvo dominada por
dos dinastías imperiales: los Ming y los Qing.
• La dinastía Ming. Durante la época Ming, el emperador
Yongle hizo grandes obras, como las ampliaciones de la Gran Muralla para
defenderse de los ataques mongoles, y la Ciudad Prohibida en Pekín. No
obstante, entre 1627 y 1644, grandes revueltas campesinas derribaron a la
dinastía. El último emperador Ming se suicidó y, ante la impotencia del
ejército, la aristocracia recurrió al pueblo nómada de los manchúes para
imponer el orden.
• La dinastía Qing. Los manchúes fundaron una nueva
dinastía: la Qing. Aunque inicialmente trataron con dureza a la población china
sometida, los monarcas se adaptaron pronto al sistema chino y establecieron un
sistema administrativo y económico que dio lugar a un periodo de prosperidad en
el siglo XVIII. Durante el gobierno de tres grandes emperadores: Kangxi (1662-1722),
Yongzheng (1723-1735) y Qianlong (1735-1796), China se convirtió en el Estado
más próspero y poderoso del mundo. Su población en ese momento bordeaba los 300
millones de habitantes y su comercio representaba alrededor del 30 % del total
mundial. El comercio se incrementó con la venta de productos manufacturados y
armas de fuego chinos en Asia central. Ello despertó el interés de los
europeos, quienes establecieron relaciones comerciales con los chinos en
algunos puertos del sur de Asia. Aunque China se mantuvo hasta fines del siglo
XVIII distante de la civilización occidental, en el siglo siguiente sus
relaciones con Europa estarían basadas en el uso de la fuerza. Durante el
gobierno de los Qing se vivió un periodo de esplendor en el ámbito de la cultura,
en gran medida gracias a la intensa labor de mecenazgo artístico desarrollada
por el propio emperador. El gobierno de estos emperadores tuvo cierto parecido
con el de los déspotas ilustrados en Europa, pues favorecieron el desarrollo
cultural y económico, aunque con un estilo autoritario de gobierno.
El Japón de los shogunes
Luego de un largo periodo feudal, en el que señores provinciales
–los daimyo– dominaban el país, en el siglo XVII se iniciaron los intentos de
reunificación central. En 1603, el emperador, entonces reducido a funciones
sacerdotales, nombró shogún, o señor de la guerra, a Tokugawa Ieyasu. Bajo su
gobierno, la capital se trasladó a Tokio y se impuso un sistema centralizador
que, aunque mantenía los feudos, tenía a los señores muy vigilados. Los
sucesores de Tokugawa cerraron el país a cualquier influencia extranjera y
mantuvieron su poder con el respaldo de los samuráis, la poderosa casta
guerrera del país. El Japón del clan Tokugawa experimentó un crecimiento demográfico
sin precedentes en su historia. A principios del siglo XVII, la población era
de 12 millones, aproximadamente. Según el primer censo general efectuado por el
shogunato de los Tokugawa en 1721, la población alcanzó una cifra aproximada de
30 millones. Este crecimiento se estancó en el siglo siguiente, pero se
reinició en el siglo XX.
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